Por: José F. Albarrán Núñez
Sabemos que el riesgo nos amenaza continuamente, por lo que lo valoramos casi inconscientemente y tomamos medidas preventivas. Por eso, por ejemplo, tomamos de la mano a los menores y a los adultos mayores cuando hay multitudes o cuando vamos a cruzar una calle.
Sin embargo, algunas veces sufrimos sus consecuencias, particularmente cuando no tenemos suficiente información, cuando algo nos distrae, cuando sobrevaloramos nuestra capacidad para solventar el riesgo o cuando actuamos de manera ignorante y terca.
Pero el riesgo siempre existe y tiene un costo. Su ubicuidad es una de sus características preponderantes y, cuando se presenta, demanda recursos para tratar de contrarrestar sus consecuencias, obligándonos a desatender otras tareas importantes.
El riesgo permanece con el “sujeto de riesgo”. Puede transferirse una parte a otros, pero no se puede evitar sufrir sus consecuencias. Pensar que un riesgo se ha transferido y descartarlo, es como lanzar un bumerang, pensando que no regresará. Por ejemplo: asegurar un auto mitiga costos, pero no elimina los efectos de un accidente (por ejemplo: pérdida de tiempo u oportunidades, efectos judiciales).
La persona (física o moral) que tiene más capacidad de mitigar el riesgo es la más responsable de hacerlo. Por ejemplo, los pasajeros de un auto tienen poca responsabilidad en un accidente, pues no tienen control de automóvil. Similarmente, un organismo gubernamental cuyo proyecto requiere derechos de vía o de acceso, tiene la mayor responsabilidad ante el riesgo de no obtenerlos.
En el contexto de proyectos de inversión, RIESGO se define como: Hecho o evento incierto o una condición que, si se produce, tiene un efecto positivo o negativo en los objetivos económicos del proyecto. Se jerarquiza en función de la probabilidad de que ocurra y el impacto que tendría en caso de ocurrir. Al producto Impacto x Probabilidad se le denomina Severidad.
La administración de riesgos es un proceso que debe ser realizado por los principales responsables del proyecto y no se debe delegar. Tiene dos fases: análisis de los riesgos y mitigación de los más severos (o sea, los de mayor producto Impacto x Probabilidad).
El análisis de los riesgos se ejecuta en dos etapas: identificación y priorización. Como resultado, se tendrá una lista de eventos de riesgo, priorizados por su severidad.
La mitigación se enfoca a los riesgos de mayor severidad, estableciendo acciones que reduzcan la probabilidad de ocurrencia de estos eventos y/o el impacto, en caso de ocurrir. Por ejemplo: contratar un seguro.
El resultado es un Plan de Riesgos, que debe ser monitoreado y revisado periódicamente, pues con el paso del tiempo hay riesgos cuya probabilidad de ocurrencia se reduce y suelen aparecer nuevos riesgos.
Recordemos que el riesgo está siempre presente y que tiene un costo. Ignorarlo hace que, si sucede, nos tome desprevenidos y sus consecuencias sean mucho mayores que si lo hubiéramos prevenido y mitigado.
Desafortunadamente, datos publicados por la Auditoría Superior de la Federación sobre los proyectos de infraestructura en nuestro país demuestran que no se lleva a cabo una adecuada administración de riesgos, provocando que las inversiones que se hacen con el dinero de los mexicanos sean más caras, tomen más tiempo y operen con menor efectividad de lo que se planteó como justificación para realizarlos. Esto reduce la capacidad del gobierno para hacer más proyectos con los mismos recursos, afectando negativamente el desarrollo social y económico del país.
Ese es el riesgo de no administrar los riesgos.
Les queremos agradecer a todos nuestros lectores y a EL UNIVERSAL, un año de publicación y lectura de la opinión de nuestros Comités Técnicos, y que siempre lo hacemos con profesionalismo, ética y responsabilidad en lo que opinamos y escribimos sobre los temas de la ingeniería civil. Siempre buscando un futuro sostenible para nuestro México. Les deseamos salud, paz y prosperidad en todo este año que comienza. Feliz Año 2022.
Atentamente, Presidencia del CICM.